Llora un escualido.

No eran las nueve de la mañana y ya tenía la tercera arrechera del día. Por qué. Simple, una pauta en el relleno sanitario, un sábado por la mañana a comienzo de carnaval. Cuatro días que lo que se debería cubrir son los caliches habituales. La gente saliendo de sus casas con el maletero a cuestas en el carro, aunque quisiera ver algún día, a un vacacionista que se lleve el sanitario o en lavamano en sus enseres vagacionales. Los que no salen atiborrando las piscinas de la ciudad o los espacios de la Vereda del Lago, con panes rellenos de jamón y queso y una cuchillada de mayonesa, refresco en mano o para aquellos más pudientes: una parrillita con yuca, ensalada y guasacaca.

Como es costumbre los olores a mierda, orines. Restos de comidas habidas. Pedazos de sabanas que vieron sudores de amores legales, prohibidos o pagados. Bolsas plásticas que llevaron alimentos dependiendo del bolsillo de cada quien. Rastrojos de juguetes que alguna vez hicieron reír algún infante. Mas un calor y un sol infernal que reseca la saliva en plena boca. Nos recibió de sopetón al llegar al relleno de La Cienaga.

Camine, caminamos, por el camino abierto por los camiones que llevan estos desperdicios, regalos de los humanos al medio ambiente. Poco a poco los pasos de la comisión levantaron una polvareda roja que ahogaba al último de la fila. Mascarillas para protegernos algunos olores, camisas manga larga para la protección del sol, gorras caladas hasta las orejas y los lentes de sol no podían faltar.

Alcanzamos la meta, por alla, en un descampado cerca de un cerro, al borde de un precipicio por donde, de tanto ir y venir la población del lugar había hecho una trilla. Eligieron un lugar sin basura, aun, y una casi comodidad aislada del entorno nos arropo. La gente del Clez que había pautado el encuentro para que los medios lo cubriéramos comenzó la diatriba con los azules. Qué si. Qué no. Qué tal vez. Qué vamos a hacer. Qué te dejo hacer. Qué no te dejo hacer. Qué puedes hacer. Que deberías hacer. Palabras iban y venían, pero se las llevaba el viento y a los pocos metros perdían la intención de resolver el problema o buscar la posible solución.

A lo lejos, tres puntos oscuros se acercan, semi ocultos por los rayos del sol y la humedad evaporada. Vienen, se aproximan, lentamente hasta tomar forma humana. Tres niños con jamuga de monaca en hombro de caminar pausado, esquivando el sol. Sin lograrlo. Pasan cerca del grupo de periodistas, diputados del Clez y emisarios de la alcaldía, invisibles al grupo pero no a dos fotógrafos que de una, los metrallan con el click. Los niños ríen en silencio, en su inocencia se ruborizan en la piel cetrina quemada por el sol, al ser el eje de las fotos. No emiten sonido alguno. Solo un paso y después al otro, nos dan la espalda. Camina, que camina. Una botella de chinoto cae al suelo y uno de los niños se voltea para recogerla. Aprovecho el momento para otro click, lo congelo con su mirada hacia mí, a medio camino de tomar la botella y levantarse. Para continuar con su marcha, de niño hombre-responsable de una familia, con madre, padre, hermanos y hermanas. Su trabajo, buscar entre nuestra basura, objetos para poder vender y sustentar así a su familia. Plástico, metal, vidrio, lo que sea que se consiga, igual, pagan un poco por él.

Los niños se pierden en el horizonte hacia la otra parte del relleno. Mientras los dimes y diretes del grupo parece una olla de espaguetis con sardina. No se ponen de acuerdo. Al cabo de poco tiempo, como por arte de magia o del mismo fastidio de estar allí, llevando mas sol que una teja, mas polvo que puta de puerto al llegar un barco extranjero, o más sedientos que un borracho. Acuerdan Investigar. Para qué investigar lo que está a la vista, no necesita anteojos. Solo voltear los ojos y ver a estos niños que deberían estar jugando o disfrutando del carnaval que recién comienza.

Por eso llora un escuálido, que creyó en una solución. Que soñó no ver esto. Que pensó con el corazón y la mente que habría soluciones, pero tres menciones de Fidel Castro en un discurso, me decepcionó, me quitó la venda de los ojos. Más de lo mismo. No mejora el enfermo. Pobreza asalariada, mantenida por el gobierno para decir, lo estamos haciendo machete, pobres no hay, y niños de la calle o trabajadores tampoco. Yo te aviso chirulí. Los veo a diario, al cruzar la calle, al voltear la esquina. Esclavizados por los padres a pedir para sus vicios.

Acoto un agadecimiento a Isabel Cristina por las primeras líneas de entrada y a Ernesto Morales por enviarme a llorar por 14 años de mal gobierno afianzado en una ilusión hipocríta de un país de ensueño en ciertaIsla del Caribe en donde no te dejan opinar ni soñar con un mundo mejor. Mierda que facil es vivir engañado por un sueño.

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