Se solicita reportero gráfico...
¿Cómo comenzó esta crónica del día al día?,
pues nada más y nada menos que con un aviso que leí el 31 de julio del año 1992,
que me dio Víctor Del Moral, un gran
amigo. En dicho aviso decía se “solicita reportero gráfico con carro propio”. El aviso de dos por
quince centímetros, estaba en una de las
tantas páginas de La
Columna. Desde ese
primero de agosto del mismo año me decidí por el oficio de reportero gráfico como modo de vida, para
ganarme el pan y andar saltando por los asfaltos de las diferentes ciudades de
Venezuela, entre ríos y lagos, montañas y suelos, de norte a sur y de este a
oeste, esta búsqueda de la imagen noticiosa y de aquella imagen que diga más
que mil palabras, de un código visual en la foto de noticia que hasta ahora no
se había aplicado.
Aquel primer día de trabajo, zapatos de gamuza gris,
pantalón del mismo color y franela roja de la Escuela de Fotografía Julio
Vengoechea. Llegue a las ocho en punto
conducido por un por puesto del 18 de Octubre. Me enfrenté con un mundo
totalmente distinto y de mucho estrés. Mi primer encuentro con Gustavo Bauer,
jefe de fotografía de La Columna, sin
haberlo conocido siquiera, me abrió las puertas a la historia que me ha tocado
vivir desde entonces.
“Muchacho -decía el Bauer- aquí tenéis
un rollito blanco y negro y otro color, te vas a la PTJ y te encuentras con
Antonio Fernández -que por esa época hacia sucesos y tribunales- te presentas y
a trabajar”. Dicho y hecho, 12 bolívares me dieron para el taxi que me llevaría
a mi destino, más perdido que el nieto de Limberg. A partir de allí, la primera
lección. La gran y temida morgue de principio de los noventa, una puerta roja
llena de misterios, sinsabores y dolor de personas que por muerte trágica o
natural visitaban el recinto llenos de incertidumbre. Dos golpes en la puerta y
me abrieron los sentidos a otro mundo: Un lugar siempre pensado pero nunca
visto, intimidante.
“La orden del día: entra y le haces la
foto al muerto que está dentro”. Como buen militante de la imagen penetré en
ese cuarto que tenía un mesón en el centro de locitas blancas amarillentas por
el uso y el tiempo. Un cuerpo no más alto que yo, pero sí el doble de grueso, vestido
con flux azul marino casi negro y sin zapatos. Cómo hago para hacerle la
consabida carita al fallecido. Pues,
como Tarzán, subí al mesón y estaba encima del cuerpo, para cumplir con la orden. Tres disparos,
tres clic, que todavía recuerdo, como si fuera ayer.
Al salir de la morgue, me senté en la acera, debajo de la mata de Lara que servia de silla a los seres y deudos que
esperaban les regresaran el cuerpo sin
vida de algún familiar.
Sentado con los nervios de punta y
tirantes, se acerca Antonio y pregunta: “¿Le hiciste la carita al tipo?”
Asiento con la cabeza de arriba abajo después de media docena de cigarrillos,
usados para volver a la
realidad.. El sí y la satisfacción de haber cumplido con el
deber no hicieron mella en mi en apariencia, pero si en mis emociones.
Tremendo susto he pasado y espero que al
revelar las fotos el señor no salga con los ojos abierto, Antonio me acota lo
siguiente, “pues Nuevón, ese no es
el estilo de fotografía que maneja La Columna. Aquí tienes la cédula y hazle una
reproducción a la misma, luego vamos al depósito de carros para buscar el vehículo
chocado donde perdiera la vida fulanito de tal”. La mentada de madre fue
apoteósica, pero la lección aprendida fue invalorable.
De allí surgió mi primera foto de detalle,
en un muerto, por así decirlo, una mano ensangrentada de un ex guerrillero que fue abatido por
agentes de la DISIP
de aquel entonces, cuando intentaba robarse un avión en el aeroclub de la ciudad. Días van y
días vinieron y la visual del hecho informativo cambió el modo de ver la luz y
los contrastes, las ciudades, los hombres y
mujeres que buscan un espacio público para develar sus inquietudes,
problemas y por qué no sus felicidades también.
Desde ese momento, muchas noticias he
cubierto, muchos muertos, la Cárcel de Sabaneta, la gran
masacre, Kasmera, Paila Negra, arrollados, suicidios, homicidios y muchos más. Pero también he transitado por los
golpes de Estados, protestas por asfalto, agua, falta de pago, injusticias y
malos entendidos. He llevado sol y lluvia, hasta la cintura en la búsqueda de
ese puctum y de ese studium fotográfico de Roland Barthes.
He vivido el momento decisivo de Cartier Bresson.
¿Y quién dijo miedo? Hay que echarle
bolas al destino y si el te dice escribe púes escribe y ya.
Escribo y contaré las anécdotas que
estos años, la vida en su camino me ha marcado y de las cuales he aprendido una
gran lección. La experiencia en sucesos con Germán Novelli Machado fue única e
irrepetible. Delgado, y enjuto, parecía un chiflido dado a una Miss Venezuela
en plena plaza Baralt; no muy alto, pero siempre de palto, como se lo enseñaran
sus padres en La Santa Bárbara
del Sur del lago, aquella de las matanzas entres familias.
Ya Germán, a las cinco de la mañana,
tenia un boceto de lo que a sucesos se refiere, la pauta se la daba Pedro
Soscum Machado en su programa de radio, y siempre campante en su potecito
Brasilia color verde oxidado llegaba a La Columna , con el apuro de una quincena en enero en
busca de cualquier reportero gráfico que estuviera en la redacción, su
compañero de pautas, Humberto Matheus, el carnal, cuando no llegaba tarde, sino
este bolsibulin que llegaba temprano, nuevo al fin, y era el elegido, como
mango bajito.
La primera parada, la PTJ en la calle Cecilio Acosta, el departamento de prensa que
dirigía Fulcado junto a Dilsa, en la planta baja al lado izquierdo entrando por
la puerta que daba al lado de la cocina. Ahí nos encontrábamos los equipos que
hacían sucesos, Crítica, La
Columna , El regional y el vecino de padilla, entre otros. En
ese cuarto por primera vez conocía a un personaje, Heberto Camacho, que dicho
sea de paso me enseño a leer cuando mi mamá pedía que le leyera la página se
sucesos de ese diario. Toda una celebridad, con defectos y virtudes, como
cualquier ser humano pero de una memoria prodigiosa para conocer a los antisociales
y sus historias, donde había hurtado, a quien, cuando lo había hecho y cuanto
se había llevado.
Luego subíamos al jefe de región para
que nos diera las pautas, en aquella época el popular Tío Martin, no recuerdo
su nombre, pero si su cabeza de cabello ralo que sólo necesitaba el par de
antenas. Cuitas iban y venían y ya se tenía el esbozo de los casos. Nada mal
para la mañana.
La cosa se ponía dura cuando no había
caído nada en la noche, era buscar y husmear entre la morgue de la ciudad o los
hospitales, o en los obituarios de los diferentes medios impresos, de ese
tiempo, recuerdo casos donde el silencio era total ya que estaba implicado un
chivo o algún familiar de un periodista amigo o del mismo gremio, como el caso
de la hermana de un amigo que le cercenó la femoral a su marido cuando en un
arrebato de furia le cayo a golpe a la infortunada, y ella presa del temor por
su vida, agarro un cuchillo y le corto el muslo por la parte interior,
desangrándose en cuestión de segundo. Defensa propia, además, cuatro meses de
hospitalización y dos de psicólogo.
Lo cumbre de mi estadía por La Columna , el encuentro con
otro ser muy particular, Darwin Romero Montiel, dios, otro personaje, patiquín
al fin al cabo bien vestido, con barba cerrada y ojos verdes, bohemio y bebedor
de vino. Residenciado en San Felipe, tenía un Zephyr, el cual traqueteaba, como
borracho en crisis de abstención cuando pasaba a más de sesenta kilómetros por
horas, sin aire acondicionado, pero Darwin siempre mantenía a pesar del calor
la ropa bien pepeada. Con el me toco, en
el 93, cubrir los 73 muertos de la Cárcel de Sabaneta.
Otra historia, muertos de todos lo colores, formas,
idiosincrasia y gentilicios, ricos y pobres, primerizos y reincidentes, de todo
como en botica, fueron 73 ese año, de los cuales no me acuerdo siquiera el
nombre de alguno de ellos. Lo que vividamente recuerdo, fue un almuerzo en el
Hotel Maruma, con vino y cogna, langosta y suflés, cuando Carlos Canelones nos
llama. “Cotorro, Cotorro, cachilapo en la pajarera, vayan a la emergencia del
Sanatorio”. No muy bien habíamos degustado, el líquido ambarino de diez años de
maduración en barrica de roble, cuando salimos raudos en el Zephyr, y por
supuesto, el pobre carcacho no daba para más, el taca, taca, taca nos acompañó
por varios minutos hasta la morgue del General del Sur.
Mas prendió, que el mechurrio de
Pequivén un domingo en la mañana, Darwin se dirigió al morguero para preguntar
los datos de rigor, nombre, apellidos, cuantas puñaladas y en donde, mientras
que en los esténtores de la casi pea y disgustado, no, arrecho, por haber
dejado ese almuerzo de reyes a medio consumir. Se me ocurrió una idea, no se si
brillante o no, pero vino a calzar en el acto. Buscamos por todo el hospital un
marcador negro, y en una hoja de papel de la libreta de Darwin, escribimos en
letra grande y legible, Sabaneta 29. El papel se lo colocamos al muerto, y le
hice la foto. Anunciamos de esta manera que el hombre de la etiqueta, de la
popular novela de RCTV, Por Estas Calles, rondaba el recinto penitenciario.
Sólo dos fotos, del pobre cristiano
que había sufrido la barbarie de los enfrentamientos por el poder que siempre
ha regido el penal. Llegamos al periódico, y hablamos con Jesús Sánchez Meleán
y Hector García Arcaya, y le propusimos la denuncia. No podía ser, apenas
despuntaba junio y ya eran 29 los muertos. La denuncia era muy fuerte y se
lanzó en la última página. Y el tiempo nos dio la razón. En enero del año
siguiente. Cuando vimos el humo, 105 muertos, en un solo día. Lloramos ese día,
de las injusticias, por los familiares de las víctimas y cuando vimos las
lágrimas de Monseñor Ovidio Pérez
Morales mojar su sotana blanca del sufrimiento visto allí dentro.
A pesar de tanto sufrimiento, La Columna hizo historia. Esa
semana, el tabloide se vendió. No quedo ni un solo ejemplar en toda la ciudad
de Maracaibo. El motivo, la foto de los cuerpos calcinados por otros hombres y
la desidia de los organismos competentes al caso, en blanco y negro y a seis
col, abría la primera plana de La Columna. Cuerpos sin vida, pero con el dolor, al saberse, con los minutos de vida
contados y no poder escapar del penitenciario.
Ese fatídico día Maracaibo, fue el
punto geográfico mundial. Ese día Maracaibo, fue nombrada y mentada en cada
rincón de Venezuela y el mundo. Desde Gringolandia hasta la Patagonia , la tierra por
el sol amada, dio de que hablar. Nunca había habido tantos muertos en cárcel
venezolana alguna.
Esa noticia no terminaba ahí. Todos
los cuerpos fueron a parar a la morgue que era dirigida por el Doctor Elio
Guerra. El espacio colapsó, por tantos muertos. Los olores y hedores
deambulaban por el ambiente las 24 horas del día. Y nosotros los reporteros
gráficos, pagábamos plantón en la búsqueda de la foto. Esa foto única, de los
familiares que buscan información, clic. De los padres que buscaban saber algo
de sus hijos, clic. De los hermanos que preguntaban por sus hermanos, clic. De
las lagrimas de madres en zozobra con la esperanza de que sus hijos no
estuvieran muertos, clic. De las bolsas negras que eran transportadas en un
camión volteo hacia la morgue del Cementerio Corazón de Jesús, clic. O a la
fosa común donde eran enterrados sin nombre y apellidos, clic. Y donde dejar
aquella foto mancheta donde sale Alejandro Sandoval, Henry Bermúdez, Eduardo
Semprum y un desconocido con un pañuelo tapándose la boca por el hedor a muerte
del lugar. Mientras nosotros los de aquí, ya estábamos curados, clic. Todavía a
esta fecha no se sabe, cuantos fueron los muertos, ni donde están los que
tuvieron la oportunidad de saltarse la talanquera y se escaparon.
Me ufano y salto en una pata de ser
unas de las pocas personas que tubearon a Camacho. Sábado calichoso, ni un
muerto, ni siquiera un choque con heridos, ni la carretera Lara Zulia había hecho de la suyas esa noche. Cero
muertos, pero que cero muertos. En la noche, nada para llenar esas sabanas en
blancos para el lector del día siguiente. La rutina, visitar las emergencias de
los hospitales de la región de algo, no se que se les hubiera pasado por alto a
las fuentes; PTJ, Policía Regional, Bomberos, Disip o Guardia Nacional hasta
sabaneta estaba tranquila y sin novedad.
El petate de Darwin, otra vez taca,
taca, taca por La
Circunvalación Uno enfilamos la brújula hacia la emergencia
del sanatorio. Entramos y preguntamos a los médicos de guardia las novedades
del día. Nada, sólo un hombre que fue tiroteado mientras consumía unas cervezas
en el hotel Vista al Lago en las afueras del Barrio María de la Concepción Palacios.
Y habia sido trasladado al sanatorio. Tres disparon a quema ropa en el pecho y
dos en el cráneo. Los médicos de guardia y el encefalograma diagnosticaron
muerte cerebral. Darwin y yo, nos miramos y pensamos, ok, este nos salva el
día. Preguntamos su nombre y donde vivía y fuimos hasta allá, para averiguar su
historia. Entrevistamos a la esposa toda llorosa, con la esperanza de que su
esposo viviera, a su mama con la incertidumbre de que eso no le había pasado a
su hijo. A los tres carajitos, que eran sus hijos, le preguntamos, que habian hecho
con su papa el día anterior. Nos dijeron todo, no se guardaron nada, hasta la
foto en vida nos la dieron.
Bueno, salvamos el día, tres fotos
grandes, un sumario de cinco líneas, veinte líneas de texto bastaron para
levantar la nota de última. Sólo tocaba esperar que el individuo, dejara de
respirar y de eso estaba Darwin pendiente al llamar a los médicos de guardia,
por la salud del señor. Dejamos el periódico a las 10 de la noche y el
agraviado no había dejado de respirar.
Al día siguientes pudimos constatar,
que la víctima de los disparos dejó de respirar a la cinco de mañana del Lunes.
El equipo de sucesos, Darwin y yo, llegamos a la oficina de Israel Vega, en la PTJ , y estábamos discutiendo
el caso, cuando Camacho abre la puerta de la oficina y pregunta por las
novedades del día. A velocidad de desespero Israel Vega toma la última página
de La Columna
y se la lanza a Heberto Camacho y le espeta.“Aquí tienes la minuta del día,
cópiala y me la das para seguir leyendo”. Camacho nos mira con sus ojos inyectados
en rabia, no lo podía creer, lo tubeamos en buena lid. Entre idas y venidas le agradezco a cada una de las personas que me han acompañado en el camino o solo. la mejor paga de este trabajo, cuando oigo decir a la gente "me gusta tu foto", el ego de se inflama hasta el infinito y mas alla.
Emocionante recuento de tu historia. Te digo algo, tus fotos son buenisimas porque siempre tienen concepto. No te preocupes que ya la muerte no tendra la ultima palabra pues quedara tu testimonio.
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